How Big, How Blue, How Beautiful
2015. Island
Brian Eno salió al paso de los detractores de Bono argumentando que, en efecto, el líder de U2 "tiene un gran ego, pero también un gran cerebro y un gran corazón. Es una persona grande, algunos no soportan eso". El pop rebosa artistas que sacan ronchas por tomarse demasiado en serio a sí mismos, y esa lista se alarga con el nombre de Florence Welch, que en su tercer disco deja aflorar su Kate Bush interna y despliega la grandilocuencia que venía insinuando desde que apareció hace seis años.
Es imposible llegar hasta el final de "How Big, How Blue, How Beautiful" sin pensar también en Adele, que se convirtió en un fenómeno masivo cantándole al desamor como si se le fuese la vida. De Bush, Welch aprendió a tender un manto de solemnidad sobre su música, a tratarla como si fuese una elevada pieza artística; de Adele, la certeza de que nada resuena en otros tanto como un mantra para sobrevivir rupturas. Este álbum tiene dos objetivos: posicionar a Florence + The Machine como una propuesta en sumo respetable y, a la vez, consolidarla en el mainstream.
El tamaño de sus nuevas canciones está acorde a su ambición. Son todas enormes, destinadas a estadios ('Queen of Peace', en especial), y dignas acreedoras de la etiqueta AOR (como el tema homónimo o la muy Pretenders 'Ship to Wreck'). Hay un bloque completo enfocado en dejar que el dolor fluya libre ('Various Storms & Saints', 'Delilah', 'Long & Lost', 'Caught'), y pasajes en que se aplican filtros (rockero en 'What Kind of Man', lisérgico en 'Mother'). Con un álbum así de grave, Florence Welch adhiere a las ideas de David Foster Wallace, el escritor que, antes de morir, advirtió que la ironía posmoderna representaba un peligro. "How Big, How Blue, How Beautiful" es una zona segura, libre de sarcasmo.
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